martes, 27 de marzo de 2018

El perro fiel (Miscelánea)

Una pareja de jóvenes tenia varios años de casados y nunca pudieron tener hijos. Para no sentirse solos, compraron un cachorro pastor alemán y lo amaron como si fuera su propio hijo. El cachorro creció hasta convertirse en un grande y hermoso perro, y aparte de ser un compañero incondicional, muchas veces salvó a la pareja de ser atacada por ladrones. Siempre fue muy fiel; quería y defendía a sus dueños contra cualquier peligro.

Luego de siete años de tener al perro, la pareja logro tener el hijo tan ansiado y deseado. Estaban muy contentos con su nuevo hijo e, inconscientemente, disminuyeron las atenciones que tenían con el animal. Con el tiempo, el perro se sintió relegado y comenzó a sentir celos del bebé. Ya no era el perro cariñoso, fiel y juguetón que tuvieron durante siete anos.

Un día, la pareja dejó a su hijo durmiendo plácidamente en la cuna, y fueron a la terraza a preparar una carne asada. Pero cuando después de un rato se dirigieron al cuarto del bebé, vieron al perro en el pasillo con la boca ensangrentada, moviéndoles la cola.

La mujer pegó un grito desgarrador. El hombre pensó lo peor. De inmediato, sacó un arma que guardaba celosamente en el armario, y en el acto mató al perro. Pero cuando corrió al cuarto del bebé, encontró una gran serpiente degollada. El perro había salvado de la muerte a su pequeño hijo. El dueño, llorando, comenzó a exclamar: "¡He matado a mi fiel compañero!".

¿Cuántas veces hemos juzgado injustamente a las personas? Lo que es peor, las juzgamos y condenamos sin investigar a que se debe su comportamiento, cuáles son sus pensamientos y sentimientos. Muchas veces las cosas no son tan malas como parecen, sino todo lo contrario. La próxima vez que nos sintamos tentados a juzgar y condenar a alguien recordemos la historia del perro fiel, así aprenderemos a no levantar falsos testimonios contra una persona hasta el punto de dañar su imagen ante los demás.

Federico

domingo, 4 de marzo de 2018

¿Cuánto vale tu tiempo? (Miscelánea)

La noche había caído ya. Sin embargo, un pequeño hacía grandes esfuerzos para no quedarse dormido. El motivo bien valía la pena: estaba esperando que su papá regresara del trabajo. A pesar de su esfuerzo, los traviesos ojos iban cayendo pesadamente. Pero la puerta de calle finalmente se abrió.
El niño se incorporó contento, como impulsado por un resorte, y soltó la pregunta que lo tenía tan inquieto desde hacía tiempo:

- Papá ¿cuánto ganas en el trabajo por hora? - dijo con ojos muy abiertos.

Su padre entre molesto y cansado por la jornada laboral, fue muy tajante en su respuesta:

- Mira hijo, eso ni siquiera tu madre lo sabe. Por favor, no me molestes y anda a dormir que ya es tarde.

Al día siguiente, la escena se repitió:

- Por favor papá, solo dime, ¿cuántas monedas te pagan por una hora de trabajo? - reiteró suplicante el niño.

El padre se estaba retirando para su habitación, casi sin ganas de responderle a su hijo. Pero un impulso lo hizo dar vuelta y apenas abrió la boca para decir:

- Cien monedas - murmuró.

El niño se quedó pensativo un instante, y preguntó:

- Papá, ¿me podrías prestar cincuenta monedas?

El padre se enfureció, tomó al pequeño del brazo y en tono brusco le dijo:

- Así que por eso te estabas quedando levantado... querés saber cuánto gano para pedirme plata, ¿no? Andá a dormir y no me sigas fastidiando...

El niño se alejó tímidamente. Pero al meditar lo sucedido, el padre comenzó a sentirse culpable.

- Tal vez necesita algo - pensó tristemente.

Y queriendo descargar su conciencia, se asomó al cuarto de su hijo. Con voz suave le preguntó:

- ¿Dormís hijo?

- No papá - respondió entre sueños.

- Acá tenés las cincuentas monedas que me pediste - le dijo el padre.

- Gracias papá - susurró el niño mientras metía su manito debajo de la almohada de donde sacó varias monedas mas. Y mientras contaba su dinero, gritó jubiloso:

- ¡¡Ya completé!! Tengo las cien monedas, entonces papá, ¿me podrías vender una hora de tu tiempo sólo para mi?

Federico